Jose Carlos Mariategui; Marxista Latino americano

Mike Gonzalez

José Carlos Mariátegui nació en una sociedad en crisis, un Perú profundamente dividido entre el sector costeño donde estaba concentrada la mayor parte de la clase capitalista peruana, la zona minera del valle central entre Lima y Huancavelica, y la sierra que Mariátegui caracterizaba de ‘semi-feudal’. En esta región vivía el 40% de la población en pequeñas comunidades aisladas que a duras penas sobrevivían en las tierras andinas. Sus habitantes se veían obligados a ceder su fuerza de trabajo a la poderosa clase terrateniente regional que gobernaba sin referencia a Lima, ciudad capital de un estado débil.

A mediados del siglo diez y nueve el país experimentó un breve período de prosperidad basada en la exportación del fertilizante natural guano y la extracción del salitre; pero en ambos casos la comercialización estaba controlada por el capital británico. Durante los trescientos años de la colonia, la minería fue la fuente principal de riqueza en la zona. La creciente importancia del guano y el salitre significaba una reorientación de la economía hacia la costa y el comercio exterior. Así la burguesía peruana, pequeña y recién emergente, vivía a la sombra del capital extranjero del cual dependía totalmente. En la sierra los grandes latifundios siguieron su expansión en el curso del siglo, acaparando lo que habían sido tierras comunales indígenas.

“El Estado emergente, por tanto, fue expresión de la simbiosis de intereses de estos grandes y medianos propietarios, para quienes el poder institucionalizado cumplía principalmente la función de legitimar tanto el despojo de los pequeños productores agrícolas como kla de definir a la masa campesina en términos de fuente explotable, mano de obra, impuestos, personal de tropa” 1

Los costos de la administración pública, que seguían en aumento, se saldaban con préstamos en los bancos europeos. Al mismo tiempo las importaciones alcanzaron un valor cuatro veces mayor que las exportaciones. En la costa, fue el capital extranjero que costeaba la expansión de la agricultura de exportación, el azúcar primero y más tarde el algodón. En la sierra, los latifundios se expandieron ante la necesidad de cubrir la demanda local, garantizando también el abastecimiento de una mano de obra indígena superexplotada. El Perú entraba así en una relación con la economía global que sólo servía para subrayar y profundizar la brecha, ya de por sí enorme, entre la costa moderna y un mundo serrano de pueblos indígenas quechuahablantes discriminados y oprimidos. Hubo resistencia, pero en general fue reprimida con una brutalidad ejemplar.2

La llamada Guerra del Pacífico de 1879-84 fue desastrosa para la burguesía peruana. Perdió el puerto de Tacna y la mayoría de las tierras productoras de salitre pasaron a manos chilenas. El resultado fue un colapso económico que dejó al Perú, en palabras de Mariátegui, “sangriento y mutilado”, y sin capacidad ni recursos para resistir la entrega de la economía nacional a intereses extranjeros. El contrato para la construcción del Ferrocarril del Valle Central, por ejemplo, le tocó a la Corporación Grace, de propiedad británica, mientras que la minería quedó bajo el control de La Peruvian Corporation y la Corporación Cerro del Pasco.Las bancos principales pertenecían al capital británico, y el control de la agricultura pasó a los Gildemeister (de propiedad alemana) o al capital peruano que trabajaba en combinación con intereses extranjeros, en el caso por ejemplo de la familia Larco. En las ciudades, y sobre todo en Lima y Cuzco, antigua capital incaica, surgían nuevas industrias como resultado de esta nueva actividad económica, en particular la textil.

Sin embargo los pueblos originarios del Perú padecieron una explotación cada vez mayor que no se mitigaba a raíz del desarrollo de la costa. Al contrario, conforme se iba desarrollando el sector moderno de la economía nacional, la explotación arreció. Mariátegui reconoció que las dos cosas eran interdependientes; que la modernización no sólo podía sino que necesitaba mantener el atraso de la sierra y las formas de trabajo servil que allí persistían, como el enganche, el trabajo obligatorio, y el yanaconazgo, todas ellas formas de esclavitud económica.

Hubo resistencia, claro está, abarcando desde las rebeliones indígenas hasta la formación de los sindicatos anarquistas. Surgió también un movimiento de la clase media opuesta a la vieja aristocracia terrateniente y su control y manipulación del estado. Este movimiento tuvo su expresión en el civilismo, fundado a mediados de los años setenta del siglo diez y nueve por Manuel Pardo. El objetivo del civilismo era la creación de un estado fuerte comprometido con la modernización.

Para principios del siglo veinte, empero, el movimiento se había escindido en dos alas, una comprometida con la vieja elite y el continuismo del proyecto de buscar el crecimiento económico a través de la inversión extranjera, y la otra más devota a la modernización económica, a poner fin a la corrupción, y a una estrategia de crecimiento nacional. La persona que llegó a representar esa línea más bien radical era Augusto B. Leguía, aunque Leguía nunca cuestionó el papel central del capital extranjero en el proceso.3 Leguía fue elegido a la presidencia por primera vez en 1908, y volvió al poder en el agitado año de 1919.

Una de las críticas más fuertes al viejo orden fue lanzada por el poeta Manuel González Prada. Denunció la degeneración moral de la clase dirigente tradicional contrastándola con el concepto de un ‘Peru indígena’ tanto romántico como idealizado. Pero para una nueva generación fue González Prada quien les hizo prestar atención a los pueblos indígenas hasta allí silenciosos e invisibles – preparando el terreno para Mariátegui y su generación. González Prada se ganó una reputación como defensor de lso indígenas; aun así, él claramente consideraba que la desintegración moral de la sociedad peruana afectaba igualmente a opresores y oprimidos. Aunque responsabilizara claramente a los poderosos de la situación, nunca llegó a ver a los pueblos indígenas como posibles sujetos de la historia, capaces de realizar la transformación de la sociedad por sus propias acciones.

Esta fue la sociedad en la que nació Mariátegui, en 1894, en Moquegua. Luego la familia se trasladó a Lima, donde el joven Mariátegui empezó a participar en actividades de oposición artísticas y culturales. En 1909, entró a trabajar de mono en una imprenta; tenía quince años. En menos de cinco años, escribía una columna de comentarios sociales en el periódico La Prensa, bajo el seudónimo de Juan Croniqueur. Colaboraba también con un grupo de artistas encabezado por Abraham Valdelomar y asociado con la revista Colónida, cuya influencia fue profunda a pesar de no haber sacado más que cuatro números. El radicalismo de Mariátegui en ese momento no encontraba expresión política; no se asociaba, por ejemplo, con las organizaciones anarquistas que en ese momento dirigían el movimiento sindical en ciernes.

La disidencia de Mariátegui era más que nada artística, identificada con los bohemios que paseaban por el Jirón de la Unión, la avenida limeña donde se reunían los artistas, al igual que los poetas que acompañaban a Baudelaire por las calles de París. Deambulaban sin orientación, hastiados del mundo, llenos del ‘spleen’ , esa angustia con el mundo de que hablaba el gran poeta francés. En los escritos de Mariátegui sobre el modernismo artístico señala el escepticismo de una vanguardia literaria que cuestionaba el sentido común de la época. Pero mientras muchos de los contemporáneos de Mariátegui siguieran sumidos en el crepúsculo bohemio, él mismo empezaba a buscar los vínculos entre vanguardia artística y vanguardia política.

Para 1916, el Perú empezaba a cambiar. En Lima, en las nuevas fábricas, sobre todo las textiles, se crestaba formando una clase trabajadora permanente empeñada en forjar sus primeros sindicatos bajo la influencia del anarquismo.4 La primera huelga general, en solidaridad con los trabajadores de la importante fábrica textil de Vitarte, se llevó a cabo en abril de 1911. Aunque no fue exitosa, el mismo año se decretó una nueva ley sobre accidentes en el trabajo; en 1913 se concedió el derecho a la huelga , aunque en forma restringida; y al año los trabajadores del puerto de Callao ganaron la jornada laboral de ocho horas. En 1915 y 1916 hubo nuevos ataques al nivel de vida de los trabajadores, como consecuencia de la decisión de exportar materia prima en vez de bienes terminados, lo que afectaba a su vez el nivel de ganancias de la empresa. La respuesta fue una ola huelguística y la demanda de cortar la jornada laboral.

En el campo también se desenvolvían nuevas luchas. La expansión del sector agro-exportador desplazó a los campesinos y aumentó la búsqueda incansable de mano de obra5. Los levantamientos, que culminaron con la revuelta de Rumi Maqui en Puno en 1915-16, pusieron de manifiesto un aspecto nuevo de las comunidades indígenas, como luchadores colectivos contra el brutal modo de producción que prevalecía en la sierra andina. Puno no era la única insurrección. En el valle central de Mantaro se seguían los enfrentamientos. Por eso Mariátegui viajó a la zona con un colega en 1918.

Aquel mismo año, Mariátegui fundó una nueva revista, Nuestra época, que expresaba su transición de la vanguardia artística a un radicalismo cada vez más politizado. El nombre de la revista se refería a algo más que el espíritu de la época; se trataba de un momento histórico de cambio y de lucha. “Nuestra Epoca no trae un programa socialista, pero aparece como un esfuerzo ideológico y propagandístico en este sentido” 6.

La revista duró dos numeros; fue reprimida a raíz de un artículo de Mariátegui que criticaba las fuerzas armadas. A principios del año siguiente, Mariátegui fundó La Razón, un periódico cuyo objetivo declarado era apoyar a los que luchaban. Era una primera encrucijada en su transformación en marxista y dirigente obrero.

El año 1919 resultó ser el momento de transición. El costo de la vida para los trabajadores había subido dos veces desde 1913; en los dos años anteriores hubo una serie de huelgas en Lima y otras ciudades para incrementos salariales y el recorte de la jornada laboral. El primer sindicato general, la Federación Local Obrera de Lima, se formó en 1918 y la creación de un comité organizador para el Partido Socialista, aunque prematuro, fue más un reflejo del ambiente militante que un avance político real. El año 1919 empezó con una huelga de panaderos que rápidamente se transformó en huelga general bajo el liderazgo de los anarquistas. El gobierno concedió la jornada de ocho horas pero se negó a aceptar las alzas salariales. En abril se formó el Comité Pro Abaratamiento, reuniendo una gama de organizaciones en una serie de protestas; y en mayo nuevas huelgas paralizaron la ciudad, quedando detenidos tres líderes sindicales. La declaración del estado de sitio y la detención de los líderes del movimiento no sirvió para amainar la protesta popular, que se enfocó ahora en una campaña por el retorno del ex-presidente Leguía. Se creía que él estaría dispuesto a enfrentar la vieja clase dirigente e introducir medidas para modernizar el estado peruano.

Leguía asumió la presidencia el 4 de Julio y en seguida liberó a los dirigentes obreros. La manifestación triunfante que los acompañó desde la cárcel se detuvo delante de las oficinas de La Razón, el periódico de Mariátegui, y lo invitó a sumarse a la primera fila de la marcha. Sin embargo, la lunade miel leguiísta fue bastante corta. Para agosto, Leguía ya estaba reprimiendo las acciones de los trabajadores; suprimió La Razón y a Mariátegui y su colaborador César Falcón les invitó a abandonar el país con una beca para estudiar en el extranjero. En octubre los dos emprendieron su viaje a Europa. Más adelante, se le acusaría a Mariátegui de aceptar un soborno y doblegarse ante Leguía. Su propia explicación era que se encontraba cada vez más limitado en sus actividades cuanto más Leguía asumía poderes dictatoriales, y que el movimiento obrero seguía demasiado débil y desorientado para actuar con éxito en el Perú. Leguía le ofreció la alternativa del exilio – y él aceptó.

Las protestas que acompañaron a Leguía al poder coincidieron con un movimiento estudiantil en auge basado principalmente en la ciudad sureña de Cuzco. Era un reflejo distante del importante movimiento por la Reforma Universitaria que se inauguró en Córdoba, Argentina, en 1918.Mientras que las intervenciones de Mariátegui se restringieron al movimiento obrero de Lima, su contemporáneo Víctor Raúl Haya de la Torre surgía como líder del movimiento estudiantil. Haya acabaría por representar una dirección política alternativa para el Perú y de hecho para América en general expresada en Apra, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, fundado por él.7 En 1919, Haya se autodefinía marxista, y criticaba a Mariátegui por haber abandonado el país. Con el tiempo, sin embargo, resultaría claro que su proyecto de modernización pasaba por una alianza con los sectores “progresistas” de la burguesía tanto nacional como internacional encabezada por la clase media. Tanto así que no veía contradicción alguna en trabajar con Leguía en la creación de las Universidades Populares, programa para la educación de los trabajadores creado en 1920. Tres años más tarde, a Haya también le mandaría al exilio el presidente peruano, que se volvía cada vez más dictatorial. Hoy en día el nombre del Apra se asocia con el gobierno corrupto de Alan García ( hoy nuevamente presidente del país) que implementó estrategias neoliberales en los ochenta del siglo veinte y nuevamente a principios de éste. Sin embargo, en aquel momento el Apra atraía nuevos reclutas en base a la insistencia de Haya de que representaba una nueva posibilidad revolucionaria. En realidad su filosofía era una mezcla de marxismo, indigenismo, y un personalismo intenso enfocado en Haya, de allí la dificultad para definir el significado de esta nueva ideología. En esta primera etapa, Mariátegui seguía trabajando con los seguidores de Haya en proyectos comunes, y fue así hasta que Haya fundara en Mexico su Partido Nacionalista Peruano, que luego se convertiría en el Apra.

El camino a Europa, y la ruta de regreso

Al dejar Perú, Mariátegui ya tenía una reputación en el movimiento obrero nacional, un trabajo periodístico considerable y un conocimiento elemental del marxismo.8 El viaje a Europa le serviría para profundizar y desarrollar esos conocimientos. Después de un tiempo corto en Francia, viajó a Italia donde, según él, “desposé una mujer y algunas ideas”9. Estuvo presente en el congreso donde se fundó el partido comunista italiano en Livorno en 1921, y aprendió mucho sobre el marxismo en este período.10 Aunque llegó cuando se habían acabado ya las ocupaciones de las fábricas italianas, sus artículos y ensayos reflejan su inmersión en los debates sobre la cuestión de la hegemonía que surgieron a consecuencia de esas acciones. Más importante aún, Maríátegui pudo presenciar hasta qué punto la debilidad de la burguesía y las vacilaciones del reformismo permitieron el surgimiento del fascismo; esto fue tema central de las clases y conferencias sobre la situación mundial que presentó en las Universidades Populares al regresar al Perú11, y en los artículos suyos que aparecieron en 1923 y 1924 y que se publicaron bajo el título “Figuras y aspectos de la vida internacional”.12

Mucho se ha escrito acerca de las influencias sobre el marxismo de Mariátegui, alentado por su lectura voraz y sus interpretaciones y reseñas de una amplia gama de escritores europeos. Lo importante, empero, es que sus escritos muestran un reconocimiento clarísimo del significado histórico-mundial de la revolución bolchevique de 1917, y una admiración hacia Lenin, además de una lectura profunda de los debates contemporáneos dentro del marxismo; al mismo tiempo representan una reflexión sostenida sobre su propia realidad desde la perspectiva no tanto de Europa como de la situación internacional.

“El internacionalismo no es como se imaginan muchos obtusos de derecha e izquierda la negación del nacionalismo sino su superación. Es una negación dialéctica, en el sentido que contradice el nacionalismo; pero no en el sentido de que lo condene y descalifique como necesidad histórica de una época” 13

Regresó de Europa en 1923 “marxista convicto y confeso”, con una crítica refinada de la versión del marxismo de la Segunda Internacional, que abogaba por una espera paciente a que el desarrollo del capitalismo abriera automáticamente el camino al socialismo.14 Lo que significó esto para Mariátegui se dejaría ver en las actividades a las que se dedicaba en los seis años que le quedaban de vida. Primero, la publicación de Amauta, revista que sería un espacio de debate entre todas las corrientes del movimiento socialista peruano y latinoamericano; y segundo, el desarrollo de las ideas claves que impulsarían su actividad sindical y partidaria durante toda la década de los veinte.

Siete ensayos

Publicado por entregas a Amauta, la obra clave de Mariátegui son los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, publicados en un solo tomo en 1926.15 Los temas centrales de su análisis de la historia y la sociedad peruanas se desenvuelven en el contexto de una interpretación materialista completamente original, que va mucho más allá de cualquier otro trabajo histórico y por otro lado, dan la pauta del activismo y el trabajo político que ocuparía los últimos dos años de su vida.

Es un tomo que se arraiga en un trabajo de varios años, que confirma que la interpretación marxista debe fundarse en la economía en primer lugar. Al mismo tiempo debe ahondar en las cuestiones y preocupaciones que definen la especificidad de la historia del Perú ; son ellas las que indicarán los métodos organizativos más aptos y darán el marco de sus investigaciones de la lucha de clases y su definición de la realidad nacional. Para algunos comentaristas, hostiles en general a su metodología dialéctica, su interpretación está firmemente limitada al campo del nacionalismo revolucionario. Otros insisten, por el contrario, en encerrarlo en una especie de irracionalismo que desmiente su insistencia en arraigar la conciencia de clase y su desarrollo en condiciones materiales específicas. Y para los funcionarios del Comintern a finales de los 1920, que abogaban por la estrategia de “clase contra clase”, Mariátegui pecaba de heterodoxia e indisciplina. La realidad es que ninguno de estos juicios está justificado por su obra, ni sus escritos teóricos ni su intervención práctica en la lucha de clases.

Los siete ensayos cubren la religión, la educación, el regionalismo y el desarrollo de la literatura peruana (el ensayo más largo). Los tres trabajos claves – sobre la economía, la cuestión de la tierra y “el problema del indio” – juntos constituyen una narrativa histórica que informa y explica su estrategia política. Pues Mariátegui era siempre, y por encima de todo, un estratega de la revolución – y sus escritos justifican y aclaran esa estrategia. Al analizar la economía peruana, por ejemplo, contrasta a economía colonial con el sistema económico anterior. Bajo el dominio colonial español, Perú era fuente de riquezas minerales, su población sometida a un sistema de explotación feroz encuadrado en una estructura de control autoritario en manos de la clase dirigente colonial. Sus instituciones laicas y religiosas se fundaron en una ideología de superioridad racial (“pura sangre”) que legitimaba la explotación. Para Mariátegui era fundamental subrayar el contraste dramático entre ese sistema y una sociedad precolonial, incaica, estructurada sobre la base del sistema del ayllu, es decir colectivos basados en el compadrazgo. Los críticos de Mariátegui no tardaron en señalar que esas organizaciones comunitarias funcionaban dentro de una teocracia centralizada bastante represiva. Mariátegui lo reconocía en una nota de pie extensa en el ensayo sobre “el problema del indio”16, y además aceptaba que las tradiciones a las que se refería sufrieron importantes transformaciones a través de tres siglos de dominio colonial.

Sin embargo, insiste que hay una continuidad cultural e ideológica que ha permitido que se mantenga una conciencia colectiva en las comunidades indígenas del Perú. Para Mariátegui, la tradición de la solidaridad colectiva se encaja con las ideas socialistas, y la tarea de los socialistas en esa sociedad es de construir la alternativa sobre la base de esa síntesis. La importancia de lo que él llamaba el “socialismo natural” no se remonta, sin embargo, al nativismo romántico ni a un concepto de un socialismo producto de procesos culturales. Una y otra vez insistía en la interrelación entre las características étnicas y las de clase -y que lo que definía a la comunidad indígena eran sus relaciones económicas con la clase dirigente.

Cuando el Perú ganó su independencia de España esa estructura no sólo se mantuvo, sino que fue reforzada, como demuestra en el primer ensayo “Estructura y evolución de la economía”. La lucha por la independencia fue encabezada por una burguesía naciente que buscaba la forma de romper el monopolio comercial español pero no cuestionaba la dependencia económica del comercio exterior en sí. La nueva clase dominante que surgió de las guerras por la independencia creó una nueva economía dependiente del guano, el fertilizante natural depositado por las aves en las islas de la costa, que se exportaba exclusivamente a Gran Bretaña. Y el sistema de explotación colonial, lejos de verse cuestionado por el nuevo arreglo, quedó reforzado, sobre todo en la sierra, dando garantía de una fuerza de trabajo barata y manipulable. Esta estructura socio-económica, definida en los dos ensayos que siguen, “El problema del indio” y “El problema de la tierra”, lo llama Mariátegui el “gamonalismo”.

” El término ‘gamonalismo’ no designa sólo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado sólo por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y en el mecanismo del Estado”. 17

El gamonalismo se basa en formas de servidumbre y peonaje por deudas que se justifican con referencia a estereotipos racistas – ejemplo claro de la relación entre raza y clase. La consecuencia crítica de este análisis es que la economía pos-independencia se desenvolvió subordinada a intereses externos, y mantuvo las formas y estructuras de la explotación colonial. En la época del guano, y más tarde después de la guerra del Pacífico, cuando el sector dinámico de la economía pasó a ser la minería y las haciendas agro-exportadoras de la costa, la burguesía peruana siguió dependiendo del capital extranjero. Carecía completamente de un proyecto nacional propio. Al analizar la educación, la religión y la cultura, Mariátegui descubrió el mismo parasitismo y falta de independencia característicos. Al mismo tiempo identificó los puntos de resistencia y de lucha, sea en la historia de las insurrecciones indígenas por un lado, o en los ecos (bastante débiles por cierto) de la Reforma Universitaria que se lanzó en Córdoba, Argentina en 1918, por otro.

Los Siete Ensayos ofrecen un análisis bastante comprensivo; aun así, cada uno de ellos fue concebido como punto de partida para una investigación más profunda y extensa que por la muerte del autor nunca llegó a realizarse. Hay que reconocer, sin embargo, que fue un proyecto político más que teórico, ya que sus conclusiones se sacarían en la práctica revolucionaria.

Su llamado a la clase trabajadora el primero de mayo de 1924 da la clave de su estrategia18. Insistió en la necesidad de un frente unido porque “el movimiento..es aun muy incipiente para que pensemos en fraccionarle…”. En el movimiento obrero seguía siendo importante la influencia de un anarquismo ya en declive, lo que explicaba la suspicacia hacia todo partido revolucionario; entre los estudiantes y los movimientos sociales la influencia de Haya de la Torre y su nacionalismo democrático tenía mucho peso. En el mundo de la sierra, donde la resistencia era el pan de cada día, otras tradiciones, locales en mucho casos, eran los puntos de referencia. Sin embargo, Mariátegui insistía en todos sus trabajos sobre el Perú, y en particular en los Siete Ensayos, en que esa separación ideológica ocultaba el papel que desempeñaba cada sector en una estructura económica integrada en el mercado internacional.

“El movimiento clasista es aun muy incipiente, muy limitado, para que pensemos en fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de una división, nos corresponde realizar mucha obra común, mucha labor solidaria. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Nos toca, por ejemplo, suscitar en la mayoría del proletariado peruano conciencia de clase y sentimiento de clase. Esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas, a comunistas y libertarios. Todos tenemos el deber de sembrar gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas ´instituciones representativas´ Todos tenemos el deber de defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza indígena. En el cumplimiento de estos deberes históricos, de esos deberes elementales, se encontrarán y juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea nuestra meta última”. 19

Una estrategia socialista debe necesariamente construir un frente único de fuerzas sociales, mientras que dentro de la unidad siga el debate político y que la lucha por las ideas marxistas ocupe el centro de ese debate. Al mismo tiempo, queda muy claro que Mariátegui se esforzaba por evitar las divisiones sectarias. De hecho, en aquella época trabajaba consecuentemente con las posiciones adoptadas por la internacional comunista, aunque según Messeguer es posible que no estuviera al tanto de las discusiones internas en el Comintern. Pero ese impulso hacia la unidad quizá explique también el que siguiera activa su relación con Haya de la Torre y su nueva organización, el Partido Nacionalista Peruano que luego se transformaría en el Apra. La alianza se mantuvo aun después de la fundación de Amauta, y duraría hasta el rompimiento definitivo con el grupo de Haya en 1928.

No era casual, entonces, que en noviembre del año activísimo de 1928, Mariátegui fundara el periódico Labor como expresión de un creciente movimiento obrero. Esto se adelantaba a la formación del Congreso General de Trabajadores Peruanos (CGTP), proceso en el cual Mariátegui tomaría un papel dirigente en mayo de 1929. Para entonces la fuerza de trabajo consistía en 58,000 trabajadores industriales (principalmente en Lima pero también en la ciudad sureña del Cuzco) y unos 28,000 mineros. Una tercia parte de los trabajadores estaba sindicalizada; en las minas la construcción de los sindicatos resultó mucho más duro, ya que las compañías mineras extranjeras despedían en seguida a cualquier trabajador que intentara formar un sindicato.20 Al mismo tiempo había que reconocer que 1,5 millones de personas seguían en las comunidades rurales e indígenas o recién migraban hacia la agricultura o las minas.21 En todos sus escritos Mariátegui investigaba las implicancias de esa estructura social para la organización política. Como marxista, y conocedor de la obra de Lenin, Mariátegui reconocía el papel central de la clase trabajadora; al mismo tiempo, insistía en que un movimiento en el Perú reconociera la necesidad absoluta de construir un frente único de lucha capaz de incluir y movilizar a la mayoría de los explotados en la sociedad. Su insistencia en ese aspecto es precisamente lo que explica la originalidad e importancia de la aportación de Mariátegui al desarrollo del marxismo latinoamericano.

En las condiciones imperantes en el Perú, decía él, las tradiciones colectivas y la solidaridad natural de las comunidades indígenas, tal como él las pintaba, asegurarían que las ideas socialistas tuvieran eco en el país. Pero sólo los marxistas podrían establecer clara y concientemente esos vínculos. Era el tema central de los trabajos
reunidos en Peruanicemos el Perú 22, aunque fue motivo de contínuos debates y discusiones en las páginas de Amauta durante toda su existencia. Mariátegui aclaró su posición en el curso de un debate con el importante intelectual aprista Luis Alberto Sánchez en 1927:

“Lo que afirmo, por mi cuenta, es que de la confluencia o aleación de ‘indigenismo’ y socialismo, nadie que mire al contenido y a la esencia de las cosas puede sorprenderse. El socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas – la clase trabajadora -son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería pues peruano – ni sería siquiera socialismo – si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas.” 23

Mariátegui estaba convencido de que el socialismo revolucionario debía a la fuerza entroncarse con las tradiciones y condiciones locales, convicción que no tardaría en producir un enfrentamiento con la Internacional Comunista. Pero si Mariátegui insistía en la “nacionalización” del marxismo – en el sentido de adaptarse a la experiencia histórica real de cada sociedad – hacía hincapié en sus perspectivas internacionalistas. Su compromiso con la construcción del movimiento sindical nunca amainó, pero al mismo tiempo, en ese año de hiperactividad, se dedicó a fundar el Partido Socialista Peruano, donde él, como de costumbre, desempeñaría el papel directivo. Pero esto también implicaba un conflicto con el Comintern y sus representantes en América Latina.

El período entre 1929 y su muerte en abril de 1930 se desenvolvió bajo la sombra de un desacuerdo cada vez más amargo con la Internacional Comunista24. A principios de 1929 un representante del Comintern visitó el Perú para invitar al grupo de Mariátegui a que mandara delegados a dos conferencias próximas a realizarse -la conferencia sindical de Montevideo y el primer congreso de los Partidos Comunistas Latinoamericanos que tendría lugar en Buenos Aires en mayo y junio. Mariátegui no estaba en condiciones de viajar a ninguno de los dos congresos – se empeoraba la osteomielitis que le asediaba durante toda su corta vida – pero preparó la delegación de cuatro que asistió a ambos. El grupo incluía a Hugo Pesce, el joven médico que más tarde impresionaría tanto al joven Ernesto Guevara y le recomendaría sus primeras lecturas de Marx, y Julio Portocarrero, obrero de la importante fábrica textil de Vitarte en Lima. Este saldría elegido al ejecutivo de la Confederación Sindical Latinoamericana: ” Hasta cierto punto estas reuniones representaban un enfrentamiento entre el camino que seguía la célula peruana y la línea oficial del Comintern” 25.

Aparentemente la discusión se centró en la cuestión de si el nuevo partido debería llamarse “socialista” o “comunista”. Hasta el último momento Mariátegui se empeñaba en que debería llamarse socialista y resistía las presiones cada vez más insistentes del Comintern. Pero nunca había la más mínima duda sobre el caracter o el contenido del nuevo partido. Sus estatutos declaraban su afiliación a la Internacional Comunista y su compromiso con lo que llamaban “el leninismo militante”. Su programa de seis puntos era igualmente intransigente. Planteaba la necesidad de la expropiación de los latifundios y su redistribución a las organizaciones comunitarias y el pequeño campesinado, con garantías de apoyo técnico y financiero. Exigía también la expropiación de todas las empresas extranjeras además de aquéllas que eran propiedad del gran capital peruano. Reivindicó la renuncia inmediata a la deuda externa y todos los controles imperialistas y la implantación inmediata de la jornada laboral de ocho horas, además del armamento de trabajadores y campesinos y la disolución de las fuerzas armadas y la policía y su reemplazo por las milicias. Su punto seis proponía la creación de “municipalidades de trabajadores, campesinos y soldados” como órganos de poder en la nueva sociedad.26

Esto no era bajo ningún concepto un programa reformista, y menos se le podía criticar por la falta de un claro impulso revolucionario. El hecho de que su programa abogaba por la creación de “municipalidades” en vez de soviets no quitaba que eran obviamente órganos de poder obrero que se parecían a los soviets en su caracter y su estructura.

Pero si las diferencias ideológicas eran tan mínimas, ¿ porqué insistía Mariátegui tan tercamente en la etiqueta “socialista” ? Desde mi punto de vista, hay varias explicaciones posibles, pero todas se relacionan con su convicción de que dentro del marco del marxismo revolucionario cada lucha nacional tendría que buscar su propia articulación de lo local y lo global. Para Mariátegui era una cuestión de principio. Otro factor era que el gobierno de Leguía le había detenido y encarcelado brevemente a principios de 1928 a raíz del “descubrimiento” de un “complot comunista” para derrocarlo. La realidad del complot dejaba mucho lugar a duda pero le servía de pretexto para la represión. Quizás Mariátegui quería evitar una reacción parecida ante la fundación del partido, pues él esperaba que pudiera funcionar legalmente en la medida de lo posible.27 Pero la cuestión fundamental era su concepto del “frente único”. Para él, lo importante era que el partido atrajera a trabajadores, campesinos y comunidades indígenas además de los sectores anti-imperialistas de la clase media.
Eran estos sectores que se sentían atraídos por el Apra de Haya de la Torre en la primera mitad de la década de los veinte, precisamente cuando empleaba el mismo discurso de “unidad” que Mariátegui. En las páginas de Amauta, participaban libremente los que apoyaban al Apra – pues era un foro abierto a todos. Pero la editorial que escribió Mariátegui en el número de Septiembre 1928 representaba un rompimiento definitivo con el Apra:

“Amauta llega con este número a su segundo cumpleaño…En la segunda jornada ya no necesita llamarse revista de la ‘nueva generación’, de la ‘vanguardia’, de las ‘izquierdas’. Para ser fiel a la Revolución, le basta ser una revista socialista…….La misma palabra Revoluciónen estas Américas de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista”28

La declaración de Haya en México en 1928, anunciando la formación de su propio partido, provocó una reacción bastante tajante de Mariátegui. Hasta ese momento él consideraba el Apra como una especie de “frente”, con el cual seguía siendo posible el trabajo en común, a pesar de un debate constante y una brecha ideológica cada vez más ancha. La formación del partido, sin embargo, precipitó un cambio radical – pues las críticas que hacía Mariátegui al Apra ya aparecieron en Amauta y otros lugares. Donde el Apra proponía un frente amplio en alianza con elementos de la burguesía, la formulación de Mariátegui sobre la naturaleza del frente único partía de la base de la construcción de la unidad de los trabajadores y las comunidades indígenas bajo una dirección socialista. Haya de la Torre, en cambio, siempre mantuvo que el atraso del Perú significaba que la dirección política siempre correspondería a elementos de la clase media junto con los militares progresistas. Mientras estas ideas podían discutirse en el contexto de un movimiento amplio de activistas que él defendía, la cuestión de la construcción del partido socialista no tenía porqué ser la prioridad. Ahora, en cambio, su visión del frente único requería una expresión política clara y distinta.

La crítica consistente y feroz que hacía Mariátegui al marxismo de la Segunda Internacional y el reformismo en general sentaba las bases de la posición que adoptaba en estos momentos. Sus estudios de la economía peruana, sobre todo en los Siete Ensayos, investigaban las consecuencias de la debilidad de la burguesía peruana y su incapacidad para llevar a cabo un proyecto nacional independiente. Las tareas del desarrollo y el crecimiento económicos le correspondían en consecuencia a un movimiento socialista. El concepto del frente único y lo que venía siendo una teoría de la revolución permanente en embrión – aunque él nunca usó el término – sugiere un conocimiento de la obra de Trotsky, y parece que hubo algún contacto directo entre Mariátegui y los grupos trotskistas asociados con Naville durante 1929.

Pero esta no parece haber sido la explicación principal por la profunda y creciente hostilidad de los representantes del Comintern en América Latina hacia Mariátegui. Su origen era la renuencia de Mariátegui a llamar comunista a su partido. Pues eso parece haberse interpretado como señal de una desviación más profunda, priorizando la cuestión étnica por encima de la de clase y la nación sobre el movimiento internacional. La respuesta de Mariátegui fue mandar con los delegados peruanos al congreso de mayo a junio tres documentos claves que discutían precisamente estas cuestiones – “El problema de las razas en América Latina”, “La perspectiva anti-imperialista” y “Antecedentes y desarrollo de la lucha de clases” 29.

Los días finales

Desde la época de La Razón Mariátegui era incansable – activista, organizador, escritor y garantía de la plataforma para el debate socialista en Amauta. Mientras se acercaba el fin de la década de los veinte la actividad de Mariátegui no bajaba de ritmo a pesar de su deterioro físico y sus crecientes dificultades económicas. Los miércoles por la tarde las reuniones en su casa de la calle Washington le traían el movimiento y el movimiento le tenía tanto respeto que nunca faltaban visitas. Su correspondencia, además de los centenares de reseñas, artículos y documentos, dejan entrever a un activista vinculado con camaradas tanto a través del continente como dentro del Perú mismo.30 La amputación de su pierna derecha significaba que en la etapa final de su vida administraba sus actividades desde una silla de ruedas.

Las cartas que cambia en esta época con su amigo Samuel Glusberg en Buenos Aires manifiestan que la creciente tensión política en el Perú le está causando dificultades a Mariátegui, y que se sentía cada vez más presionado. Poco antes de su muerte se estaba organizando para trasladarse a la capital argentina donde creía que el ambiente sería menos opresivo y que se sentiría menos aislado. Pero en mayo y junio de 1929 le era imposible viajar y les tocó a Pesce y Portocarrero presentar sus documentos al Comintern.

La frialdad con que fue recibida la publicación de sus Siete Ensayos daba la pauta de cómo serían recibidos sus documentos en la conferencia. Codovila, secretario general del partido comunista argentino representaba al Comintern en la conferencia; él sostenía que el análisis de la especificidad peruana de Mariátegui representaba una concesión al nacionalismo. Perú, según Codovila, encajaba perfectamente en las tesis generales del Comintern sobre las naciones semi-coloniales, y por consiguiente no se podía considerar una excepción a la tesis general de “clase contra clase” que se planteaba en la Conferencia.

Pero la verdad es que los documentos de Mariátegui no mantenían un excepcionalismo peruano, sino que analizaban cómo aplicar la estrategia revolucionaria general en las condiciones específicas del Perú. Así, por ejemplo, su ensayo “El punto de vista anti-imperialista” es una condena atorrante al anti-imperialismo aprista, pues “el anti-imperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y la pequeña burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses” 31. Se refiere al ejemplo de la Rveolución Mexicana de 1910-17 (tema al que regresaría a menudo). En México el movimiento revolucionario representado por Emiliano Zapata acabó en un regimen nacionalista burgués cuyo primer acto fue atacar a los revolucionarios campesinos. El argumento de Mariátegui es que “nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera”32. A estas alturas es muy difícil entender por qué estas posiciones provocaron tanta oposición de parte de Codovila y otros. Pero en el contexto del viraje estalinista de la tercera Internacional hacia una política ultraizquierdista de tratar de contrarrevolucionarios, hasta de “fascistas sociales”, a todos los no-comunistas, se entiende mejor.

El ensayo sobre “El problema de las razas” provocó un rechazo igualmente obcecado. Volviendo a los argumentos de los Siete Ensayos , Mariátegui recordó a la conferencia que el ochenta por ciento de la fuerza de trabajo peruana era todavía compesinos o trabajadores semi-rurales (por ejemplo en las minas) con conflictos de lealtades. Al movilizar la solidaridad y la acción colectiva arraigadas en las tradiciones indígenas, argumentó, el socialismo también podría enraizarse entre la mayoría de los explotados del Perú. La línea del Comintern, por contraste, insistía en verlo como una cuestión nacional y de allí abogar por la “autodeterminación de los pueblos indígenas”. Era irónico que la insistencia de Mariátegui sobre la necesaria vinculación entre raza y clase, y de que la situación de los pueblos originarios tendría que entenderse en última instancia en términos de la economía, fuera rechazado ¡ en nombre del marxismo !

El resultado de la conferencia de Buenos Aires, dada la autoridad de los representantes del Comintern, fue un ataque frontal a la autoridad y el liderazgo de Mariátegui. Eudocio Ravines, un tipo siniestro que se trasladó del Apra a las oficinas de la Tercera Internacional en París, fue enviado al Perú para implementar las decisiones del congreso y formar un partido comunista. Las cartas de Mariátegui a Glusberg dan la impresión de un hombre cuya salud deterioraba y que se sentía cada vez más frustrado en casa. Aun así Mariátegui dio la bienvenida a Ravines cuando llegó al Perú en marzo de 1930, y aceptó que él tomara la dirección del partido. Un mes más tarde, Mariátegui había muerto, y la ciudad de Lima detuvo todas sus actividades durante cinco minutos en homenaje a él. Su funeral fue una manifestación masiva del afecto que se le tenía.

Para mayo ya estaba formado el partido comunista peruano, sobre la base de que el proyecto mariateguiano del frente único era demasiado amplio, admitiendo a intelectuales y elementos pequeñoburgueses33. En menos de un año una insurrección armada desastrosa en las tierras altas indígenas aisló a las comunidades y produjo una terrible represión. Para mediados de los años treinta, buena parte del trabajo paciente de Mariátegui en los sindicatos quedaba en ruinas y la generación siguiente recibió una versión sistemáticamente distorsionada de sus ideas. Para entonces, empero, la Tercera Internacional ya había vuelto a las posiciones que Mariátegui defendiera, aunque nunca se le reconoció la razón, por supuesto.

Parecería apropiado dejar la última palabra a Gregorio Zinoviev, víctima él también del estalinismo:

“ Mariátegui es un cerebro brillante, y un verdadero creador. Casi no parece latinoamericano; no imita a los demás ni repite nunca lo que dicen los europeos. Lo que él crea es indudablemente suyo”.34

En vida, su originalidad provocó ataques y rechazos; hoy es la razón por la cual resulta tan importante recuperar el marxismo de Mariátegui.

Referencias
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